RELATO: "PRECIOSO DESCONTROL EN LOS CAMPOS DE SAN JUDAS TADEO."




Arrastraba a su hija subnormal por los Drugstores. Aquella apariencia de niña chica, recién salida de Los Santos Inocentes, aún daba dinero.
Extremadura ya se había quedado atrás, los señoritos habían muerto, la casa se había quedado sola, la habían tirado, y en el corral de los puercos una constructora había levantado doce chalets adosados en los que vivían los nuevos ricos: la panadera, el de la imprenta, el dueño del videoclub, y aquel que decían que era hermorsersual déso, que dicen que vivía de algo relacionado con las líneas eróticas.

Raimunda, Lola, Madrehueya y la niña chica, habían venido a Madrid: a las tres semanas, aquella familia que eran como uña y carne se separó. Nunca encontraron forma humana más de juntarse. Las noticias que tenían unas de otras, no eran más que los sms que la niña chica había aprendido a mandarles a todos, y que el psícopedagogo logopeda había conseguido enseñarle.

Lola había encontrado un filón en la niña chica. Andaban un trecho de la mano, se ponían en la puerta de un Drugstore o de un Seven Eleven, la niña chica soltaba uno de sus berridos, recordando cuando de pequeña estaba malita, Lola fingía una cojera buena, que había visto en inconmensurable performance de unas rumanas, y pedían la voluntad…

El Tobías había terminado sus estudios de ingeniero, vivía en Barcelona, y nunca más le volvieron a ver, desde que se casó. El Raúl vivía en Madrid, pero no le habían visto tampoco. Las malas lenguas decían que andaba con hombres mayores, por las saunas, que tenía los anticuerpos, y que se había enamorado de un abogado jóven, que le llenaba de cocaína y amor…
Aldo, el abuelo, había muerto, y la niña chica decía que lo veía cada noche, que hablaba con él: que el abuelo le iba advirtiendo de los mejores fondos de inversión y los mejores plazos fijos donde había que ir colocando las limosnas y las ganancias de lo de los gritos y el flamenco.

Lola y Madrehueya se habían cruzado en la Gran Vía, una vez, después de todo lo que había pasado. Se habían besado, se habían saludado, pero habían hecho como que no se conocían mucho, después de esos treinta años viviendo hombro con hombro en una choza en la que estaban todas metidas como animales, junto a la mansión de los señoritos. Pero los señoritos ya habían muerto, los muy cabrones, por el alcohol, las reyertas de familia y los vicios, y una pala excavadora les había echado a todos de allí.

“-Somos modernos”, decían el abogado y el Raúl cuando salían del cine: habían ido a ver una película de éstas última moda, e iban el Raúl, el abogado, la mujer del abogado y su niña mona, vestida con Versace Junior: cuatro personas y seis teléfonos móviles en total.

El cambio climático era una realidad, la primavera ya se había adelantado, y parecía que hacía ya verano a mediados de Marzo. Los obreros que rodeaban su casa, paraban en lo alto de los tajos para ver sus videomensajes y los sms de la novia, las maldiciones del amante, el estado de los papeles en la gestoría.

Miles de hormigas habían inundado Madrid. No se sabe de dónde habían salido, como los insectos tropicales, que campaban por sus respetos en los puestos de helados y churros.
Lola y la niña chica se habían acercado al Puente de Segovia, para dar un paseo junto al Manzanares: Casualmente y por fín, sorteadas vallas, obras, zanjas, barros y carteles como en Sarajevo, el Manzanares parecía un río caudaloso que discurría limpio. Había carpas, patos…ó eso parecía. Se les veía un poco ojerosos, fatigados crónicamente por el ruido y la contaminación, pero los había…



De pronto, Lola y la niña chica señalaron una gran mancha amarilla que crecía incrustada a la vera del río, en el muro de contención de piedra que se sumergía hasta los lodos del fondo…aunque no había muchos, la niña chica decía que una tarde se había bañado allí, y que hasta se podía beber el agua.

Lola se paró a mirar la mancha: era una mancha amarilla casi tan grande como toda China y le preguntó, lo hizo:
“-¿Qué es eso?”
La niña chica se lo contó todo. Había aprendido a hablar más o menos bien con el logopeda, y no pensaba desaprovechar la oportunidad:



“-Pues son los Mejillones Cebra ó Tigre que les llaman, algo déso, un manjar delicioso que se hacen al fuego muchos mendigos de noche. Si no fuera por éstos mejillones cebra tan ricos, muchos negros no sé qué comerían…Hay para todos. Cuando se cansan de comer mejillones, matan una paloma, le abren la tripa, y sale un sandwich entero. Si lo haces con varias palomas a la vez, tienes tres ó cuatro sandwiches donde elegir…Me lo dijo el Golopeda….que cuando hay cuatro sangüis…se le llama Delhi-Cat ése…Mira ese pichón del fondo, chacha ¿Te acuerdas cuando en casa de los señoritos hacíamos la matanza, y lo bien que olía nuestra choza con todo aquéllo eso colgando?
Pero el cerdo es para los ricos, coge ese palo y vamos a intentar darle al pichón. Luego nos llevamos unos mejillones aquí en la falda, y los comemos de postre…En el puchero las migas no salen iguales que allí, es éste agua, algo de aquí, que les quita el sabor…


Dice la vecina de abajo que ésto del flamenco y los gritos, ya no da dinero, y que un día de éstos nos va a sacar la tele y se nos van a ir los negocios al garete. Dice la vecina de abajo que tenemos que comprarnos un ordenador y hacer lo que ella, que sale desnuda y todo, haciendo marranás con una cámara de esas de hacerse los retratos.


-Tu lo flipas, chacha ¿No has visto lo que hace?... -Pues se tumba desnuda en el dormitorio ese que se puso tó nuevo, se pone un plato de Jamón Hibérico a las faldas, se toca con el dedo el "Tesorito", pero no lo enfoca, y cuando lo enfoca, para, y dice a todos los que la están mirando que hay que soltar los cuartos. Yo el otro día me saqué una teta, y por diez minutos te da 50 euros....Dice que por el internet ha visto al Raúl haciéndolo también, y que va bien vestido y maquillado y todo, como los artistas..."