NEGRO (Curación definitiva con la estamina de lo mosesual, elevación mística, alergia y descubrimiento de Rufus)


Dice Casanova, mi hermano bloguero al otro lado del Mediterráneo (-là su, là giù, como diría Gianni-), que echa de menos al Ripley imaginativo y fantasioso de otros tiempos. No sé, no lo sé. Supongo que son rachas: a veces te apetece hablar de cosas que te suceden, a veces no. O a veces ni siquiera te pasa nada especial, o sí y no quieres contarlo. O no te pasa nada y te lo inventas, quién sabe... O escribes novela Romántica como Marisa Paredes en "La Flor de mi Secreto" y últimamente te sale todo negro, hasta los bostezos....

No, no me sale todo negro, pero las primaveras son cambiantes, volubles, tienen algo de inquietante hasta que se asienta el buen tiempo, hay algo de zozobra que corre entre las nubes plúmbeas y el sol que sale, que se alternan y sustituyen en momentos casi irreales...

Explotan las flores, comienzan a germinar las plantas. En las ciudades con playa la gente empieza a frecuentarlas; y el olor de las azaleas inunda las plazoletas andaluzas, parece mentira que ante tanta belleza uno esté como ido, estornudando a cada paso y deseando que llegue el día siguiente entre ligeros vahídos y mareos: la semana pasada uno tuvo dos días en que sintió como que era un fantasma de "una historia china de Fantasmas", iba como flotando, a nada llegaba a tiempo, se quedaba dormido en cualquier sitio...

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Las polillas comenzaban a aparecer. Había algo extraño, obsesivo, un comportamiento patológico en las polillas. Se excitaban ante la luz pero no acababa de entender el porqué. El, como ellas, se excitaba ante los hombres pero tampoco sabía el porqué, tenía que reconocer que lo mismo que hacía eso, sentía rechazo, casi asco, por los micromundos en los que se movían ciertos hombres, por sus ambientes cerrados, enfermizos, mortecinos....

Casi sin fuerzas, o con las fuerzas cambiantes, se planteaba a sí mismo, en ésta entrada, hasta qué punto era capaz de reírse de los pequeños acontecimientos trágicos o no agradables que sucedían en su vida, y si eso era lo correcto. No, no le salía todo negro, pero sí que se confesaba fan absurdo a veces, del humor negro más sarcástico y cruel que imaginarse pueda: Se sorprendía a sí mismo tronchándose ante los chistes infames de maricones, que contaban muchas veces los propios maricones. Observaba con espanto como pequeñas parcelas de amor en su entorno, poco a poco se iban transformando en odio o indiferencia. Se extrañaba ante una mirada oscura, algo siniestra que no comprendía, o conseguía lograr que le siguiera dando igual. Uno intentaba con todas sus fuerzas integrarse en esta macro-sociedad post-industrializada sin amor, intentando engañarse siendo feliz con un trozo de plástico, unos zapatos nuevos, el simulado orientalismo de un restaurante con los camareros de Móstoles, regentados por un falso chino que era coreano, un bluetooth que no acabababa de entender cómo funcionaba...Como todo el mundo...

"Negro o el paradigma de vivir en la mentira de lo políticamente correcto", pensó en titular esta entrada, imaginando que la llegada de cierta madurez (?) le haría asentarse (cosa que no del todo), pensando en hallar felices o equilibradas explicaciones de todo lo que sucedía a su alrededor; esa especie de "arte de la apariencia feliz" en la que parecía vivir todo el mundo como en una fábula: el consumidor occidental al que le importaban tres pitos los negros que se ahogaban para alcanzarlo; el político de apariencia impoluta que en su intimidad tenía sexo perverso y sucio con menores, los deportistas reconocidos como grándes héroes que resulta que se dopaban, el defensor de los pobres que estaba forrado de dinero, la Gran Estrella envuelta en fama y prestigio que finalmente era alcohólica y adicta a algunas sustancias; la gente que era aparentemente feliz en sus trabajos y que vivía con toda naturalidad en un mundo de envidias, pequeñas humillaciones diarias, golpes bajos, alta y baja traición y marranadas encubiertas por bellas y bienintencionadas palabras...

Tener que hablar bien y "políticamente correcto" del mundo gay, esconder que a veces era un mundo que le repugnaba, como muchos otros, donde casi nada era de verdad, ni las barbas cuidadas hasta la extenuación de hombres "aparentemente muy masculinos", ni la exótica pluma que soltaban, fingían ó impostaban algunos pobres hombres, por lo demás completamente planos, vacíos de vivencias, inquietudes, profundidad....Vivir en esa "Insoportable levedad del Ser" de la que hablaba Kundera; de repente en la cual tomábamos y aceptábamos un fenómeno bizarro y extra-musical con la mayor naturalidad y lo convertíamos en un hit-parade; o aquélla práctica sexual aberrante y sado-masoquista, que acabábamos aceptando como casi cotidiana. O esa obsesión por pensar que el dinero (un asqueroso y sucio papel) lo era todo, que no había nada más allá, ni antes ni después...

Y de pronto, en medio de esa nada cotidiana, uno empezaba a reírse con fenómenos inquietantes, y empezaba a plantearse algo más: Uno empezaba a plantearse si cierta dosis de humor negro, cruel, políticamente incorrecto, no era sino un elixir, el diario elixir de autodefensa para no caer en la locura extrema, en la absurdez de la cultura de los cuerpos perfectos imperantes (y las mentes ausentes): Le fascinaban las pequeñas dosis de sadismo que parecían asaltar a todos los ciudadanos que vivían en la sociedad capitalista post-industrial, los rebrotes de mala leche, de mala hostia. Tal vez la forma de combatir más cuerdamente, aquél mundo que de niños pensábamos que iba a ser feliz y que resulta que no acababa siéndolo tanto.

Aprendíamos a sobrevivir, simplemente. A aceptar que los amores no eran tal vez para siempre, porque en la sociedad que se nos imponía, los para siempre no existían, y acababan fugaz, mediocremente, siendo sustituídos por ratos de ocio, por ratos de consumo, en la pequeña ratonera de hombres y mujeres solos metidos en cajas de zapatos que todos componíamos.

Y uno, ante la extrema impostación del fenómeno de las pequeñas mentiras cotidianas, que se acaban imponiendo como si fueran una realidad cierta, comenzaba a sorprenderse viéndose riendo ante un infame chiste de maricones; comenzaba a apasionarse por los frikies irreales que aparecían en las historias fantásticas de David Lynch; a sentirse fascinado por los enanos-psicoanalistas de las pelis de Buñuel, y aparentemente no mostraba la menor compasión ni sentimiento de culpa, ante el descuartizamiento de las vidas privadas de gente famosa en la tele, como si fueran ratas de laboratorio, expuestas para escarnio y oprobio de la humanidad.

Tal vez esa fuera la mayor tragedia que vivíamos: el autismo de una sociedad encerrada en sí misma, en la que nada acababa siendo lo que parecía: Esos locutores de los telediarios, que con las mismas caras de indiferencia, y hasta casi con una medio sonrisa, eran capaces de mostrarnos cuerpos mutilados por un serial killer, una guerra, lo mismo que dos coches ardiendo en algún sitio, desearnos a la vez un buen fín de semana, y relatarnos con todo lujo de detalles el maravilloso clima que haría en Benidorm, o en Marina D'Or, ciudad de vacaciones, asqueante marranada elevada a la enésima potencia, convertida en el sueño de una persona media, cuya más secreta perversión sexual sería serle infiel a su pareja de toda la vida con una azafata de congresos, en el apartamento que compraría allí, distrayendo algún impuesto y trapaceando para sobrevivir...mientras asistía a la lapidación televisiva de cualquier famoso de turno, se masturbaba flácido después de cada comida, soltaba unos insultos bien colocados en cualquier página de internet para desahogarse, y soñaba con comprarse un coche nuevo, si la enfermedad de su inmediato superior en el curro, conseguía agravarse por obra y gracia de la divina providencia. Si se sentía culpable, por momentos, siempre le quedaría escuchar "Poses", la canción de Rufus Wainwright, cuya umbría belleza lograría ponerle a salvo de la monotonía.

@elblogderipley