EL PLACER DE LOS SENTIMIENTOS VIRTUALES (HOMBRES QUE SE ODIAN, HOMBRES QUE SE QUIEREN)

Siempre había pensado en dedicarle una entrada: en el fondo, al final, repensando todo lo que había ocurrido, se dio cuenta de que le quería bastante (Quería bastante a lo que se había imaginado que era él, no a él, que, por lo demás, era un completo desconocido).

Sí, al final algo le quería. Lo suficiente como para sufrir por algo que supiera de él que no le favorecía: cuando vió a aquella otra persona de la que el otro parecía estar enamorado, confesando cosas sobre su salud, que son complejas y valientes de confesar, se sintió triste, herido. Sintió que formaba parte de ellos, porque así era: era un puñetero gay romántico al que los años habían domado para poder sobrevivir. Y mejor que fuera así: Sino, una, cien, mil, diez mil veces, hubiera muerto por amor. Por amores intensos y "únicos", que una vez superados, sólo conducían a la absurdez de la pregunta y al planteamiento: -"¿Para qué habré yo hecho esto? ¡Qué pérdida de tiempo!"

Nunca valoras a la otra parte, sobre todo si la tragedia es que la otra parte pasa completamente de tí durante un tiempo previo, en el que esa persona te ha perseguido por todos los medios para acostarse contigo, sin cejar, con voluntad, con una pesadez suave pero firme, con cierta simpatía: -Resulta muy duro para uno, plantearse que rechaza a las personas porque cree que son feas o no le gustan (porque lo cree, en una virtualidad todo es creído, eso es lo trágico. Lo trágico es que es imposible ver lo que es verdad o no: la verdad no existe, sólo existe nuestra capacidad de proyectar cosas en los otros).

... Pero eso, incluso eso, hace que uno íntimamente se plantee qué es exáctamente ser feo o guapo, la relatividad de la vida absurda impuesta; de ceñirse a una lista cerrada de chulos que uno cree que merece. Y sinceramente, perderse lo demás, que alomejor es mucho más interesante (o no).

Un comentario que le hizo, a la vista de todo el mundo, le dejó fascinado porque la primera sorpresa o la primera sensación, aunque el comentario no fuera agradable, fue de ilusión: luego borró ese comentario porque chirriaba, simplemente, y porque parecía venir de alguien que se había quedado en ese "otro mundo" en el que él no, y del que tampoco quería que se quedara el otro: poco podía hacer: el otro lo había demonizado en su imaginación, en el mundo virtual que tenía en su cabeza, pero daba igual que ese personaje fuera Genghis Kan, Darth Vader ó el Octavo Eje del mal: lo contemplaba con tristeza. No entendía que aquélla otra persona -a la que consideraba con valía- se dedicara a odiar algo, a alguien tan improductivo como inexistente...¿Qué objetivo podría tener aquéllo?: lo peor es que ni siquiera se supo dar una explicación.

De pronto, se dió cuenta de que necesitaba decirle: "¿Hola, qué tal estás? Y saber efectivamente que estaba bien, porque sabía, conocía, se había dado cuenta de que ese chico tenía un problema -que jamás había aireado con nadie-, y había sufrido muchas, muchas veces ese problema antes con otros: toda la gente a la que había querido, o muchos de ellos, habían tenido ese problema: unos lo habían solucionado, otros no, y se había dado cuenta en cuanto crecía, del infierno que ese problema podía suponer para aquella persona que lo sufría.

No se conocían, siquiera se conocían, si acaso virtualmente, de forma francamente desafortunada (no para él, para el otro chico), pero él intentó explicarle el origen; y en el único encuentro real, rodeados de más personas -si acaso, tal vez veinte minutos a solas, a solas los dos-, parecieron abrazarse, perdonarse todo (la falsa vida virtual que se habían imaginado el uno del otro), e incluso llegaron a besarse levemente en la boca: Y no sólo eso: El -el protagonista de los odios trasformados del otro-, renunció a ligarse a un tercero, un cantante sexy y especial, teniéndolo más que a huevo, entregado totalmente:

Notó por ello que el otro chico al que dedicó más tiempo, le inspiraba algo más que sexo para una noche, porque le preocupaba mucho ser odiado en tal medida sin motivos reales: no estaba acostumbrado a ser odiado por nadie de forma aparentemente tan intensa, era un odio tan fácil para él de identificar, en cualquier sitio, en cualquier parte: tan fácil, como que en ese momento no tenía a nadie más así: no tenía otro así.En sus terapias de adolescente y jovencito, había aprendido que el odio es una de las formas más intensas de amar que existen, pero no estaba acostumbrado a él, por suerte.

No habló, no le siguió, ni siquiera le intentó convencer de que sus elucubraciones no eran reales, sino que sintió la tristeza de alguien que en realidad le demandaba que no era feliz por su culpa, lo cual, en comparación con la base real que pudiera tener eso, le parecía una tragedia para ese chico:

El otro chico le había acusado de "perseguirle" (¿Perseguirle él? -se preguntó), y a la vez que vivía en esa fantasía casi demente, había gastado como cien millones de años luz de energía más, en hablar mal de la otra persona, en intentar hundirla, y lo único que había sacado de esa persona , eran unas risas algo sarcásticas, pero sanas al fín y al cabo: una energía más "alfa", más constructiva que odiar porque sí. No era un odio correspondido, que era probablemente lo que más indignaba al odiante, como en su momento el romance, para el que el odiante llegó a ofrecerse, a arrastrarse a cualquier hora, tampoco lo fue.

Los amores gays son efímeros. Nadie puede estar orgulloso de ello. Pero los odios eternos lo son aún más, o deberían serlo, porque si se cronifican, sólo son una tortura para quienes los sufren, en sus vidas: si odias a una persona que no está, que seguramente no va a estar ya más, y que encima cuando tú quisiste que estuviera, no quiso estar nunca: ¿Qué objetivo tiene ese odio, sino el masoquismo de la soledad? O el deseo de amar, en todo caso ¿Pero es que no había conocido en tanto tiempo, ese otro chico, a alguien, a mucha otra gente, a la que pudiera odiar o amar con más motivos?

Recordó a su Cub, y aquel presunto psicópatingui que tuvo el Cub, que le mandaba diez, doce, quince ese eme eses al día. Recordó que el Cub se atacaba, se desquiciaba: "No soporto a esta pija cursi. Quiere follar otra vez, pero es una pija cursi que me da bastante asco, la verdad". Recordó, que para intentar quitarse a esa persona de encima, el Cub hizo algo aún peor, que fue decir a todos sus amigos que le mandáramos un sms en el que le insultáramos y le dijéramos que le dejara en paz...Yo le dije que ese no era un buen sistema, porque ¿Qué confianza puede inspirar una persona que deja gestionar sus relaciones personales e íntimas a sus amigos? Varios amigos de él, comenzaron a insultarse frecuentemente con la pija cursi por SMS, pero uno de ellos, al cabo de los meses, le sorprendió diciendo:

-¿Sabes? Es trágico. No sé cómo se habrá portado este tío con nuestro Cub...pero miro mi móvil, y me doy cuenta de que es la única persona que me ha felicitado el Fín de Año. No se lo digas al Cub, no le digas que tengo guardado un mensaje de ese chico, porque me hacía ilusión....

Se tumbó en la cama, se encendió un cigarrillo y pensó: "Gran tema, ese. El de los gays que se odian sin conocerse, los que se perderán algo de mí que nunca podrán conocer. Todos los que perderé en el camino y que se sumarán a la lista de las cosas que nunca salieron redondas". El, que a esas alturas de la vida se veía francamente incapaz de odiar o amar nada que no fuera si mismo, tal vez lo poco o lo mucho que consideraba necesario para poder sobrevivir, dio una calada suave y pensó:

"-Aún hay gente que tiene ilusiones por mí, aunque sean negativas", -pensó, y cerró los ojos. Los volvió a abrir, se pasó el dorso de la mano sobre la boca y mandó un beso a la nada, hablando solo:

"Querido desconocido. Te mando un beso de buenas noches. Estás sólo en la cama como yo, y sólo somos dos gays más, de los que hay miles. Cientos de miles: Personas al final solas, completamente solas en su cama cuando van a dormir, pensando en que cuando se levanten, lo primero que harán es conectarse a internet para encontrar amor."