REFLEJOS EN UN OJO DORADO


La historia que les vamos a relatar, la vivió Ripley en Barcelona, cuando todavía no era mayor de edad, pero ya se metía en los cines a ver películas para mayores de dieciocho. Era una de esas tardes en las que salía del Instituto, en las que el calor de la primavera ya apretaba, con suavidad, y una dulce brisa mecía los árboles de las Ramblas. Faltaban aún tres horas para ir a las clases de catalán, o al Instituto francés, y en un largo paseo, decidió meterse en un cine: las fotografías expuestas en la vitrina, le habían llamado la atención: había un hombre desnudo, montado en un caballo sin silla, y las pelis así prometían...

La película, no era otra que un re-estreno de "Reflections in a Golden Eye", una adaptación hecha en 1967 por John Huston, de la novela de Carson McCullers, gran amiga de juventud de Truman Capote (luego se enemistaron), y una de las grandes damas de la novela del "Deep South", cuyas obras tanto había gustado después leer a Ripley.

La historia del Mayor Penderton (Marlon Brando), un militar de alta graduación, encerrado junto con su esposa, Leonora (Elizabeth Taylor), en uno de esos aburridos complejos militares en medio de la nada, en los que no había mucho que hacer, excepto dejar correr el tiempo, y enamorarse del soldado raso Williams secretamente: el clásico homo reprimido militar, que Brando había logrado como nadie encarnar en la pantalla...y que en las tardes soleadas, escapaba secretamente a cabalgar en el bosque, para contemplar a Williams en un claro, bañándose y tomando el sol desnudo...

Una pena que la propia autora de la novela, falleciera dos días antes del estreno (aunque ya podía haber visto la copia en un pase privado al que le había invitado Huston, y había quedado muy satisfecha). Con éste texto, Ripley mataba dos pájaros de un tiro: narraba en una historia propia (casi sin enterarse, pues ni siquiera se enteró), aquélla vez que cree que se metió en un cine lleno de hombres, que tal vez no sólo veían películas, y respondía a un "Meme" que le había lanzado Pe-Jota, hace ya bastante tiempo, el cual consistía en transcribir un fragmento de una novela que te hubiera gustado, que estuvieras leyendo, releyendo, o que hubieras leído, -y qué fragmento mejor que éste, pensó Ripley-:

...."Una base militar en tiempo de paz es un lugar monótono. suceden cosas que vuelven a repetirse una y otra vez. El plano general de una fortaleza contribuye a la monotonía; los enormes barracones de cemento, las impecables hileras de casas para la oficialidad construidas exactamente iguales, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, la piscina. Todo diseñado de acuerdo con un modelo estricto. Aunque tal vez la monotonía de una base se deba principlamente a la estrechez de miras y al exceso de ocio y seguridad, pues una vez que un hombre entra en el ejército, lo único que se le exige es que siga los talones del que va delante. Sin embargo, en una base militar a veces suceden cosas que no se repiten...(....)

El soldado en cuestión era el soldado raso Elgee Williams. A menudo, en las últimas horas de la tarde, se le veía sentado solo en uno de los bancos que se alineaban en la acera delante de las barracas. Aquel era un sitio agradable, pues había una doble fila de jóvenes arces que dibujaban sobre el cesped delicadas sombras mecidas por el viento. En primavera, las hojas de los árboles eran de un verde encendido que, en el transcurso de los meses de verano, se transformaba en una tonalidad más oscura y apacible. En pleno otoño adquirían un matiz dorado flamígero. El soldado Williams se sentaba allí a esperar la llamada para el rancho de la noche. Era un joven silencioso y en las barracas no tenía amigos ni enemigos. Su rostro redondo y quemado por el sol expresaba cierta cautelosa inocencia. Sus gruesos labios eran rojos y unos rizos color castaño le caían desordenados sobre la frente. En sus ojos, mezcla curiosa de marron y ámbar, brillaba esa muda expresión propia de los animales..."