"DEBE DORMIR" (WHILE DMITRI IS SLEEPING).

La alcoba vacía, la habitación azul. Al fondo un frasco de pastillas, como en todas las novelas, todas las películas de misterio: un nuevo sueño, uno de esos sueños cuyo final no se desvela, como en un thriller, comme une image, como en "El Orfanato", película que Ripley tardaría en ver, porque detestaba el título: "El Orfanato".

Ripley detestaba todas las pelis que se hicieran ahora, que llevaran por título "el Orfanato", "La Residencia" y "Las dos vidas de Audrey Rose": Pensaba ésto mientras dormía, y es más, se indagaba las insondables, profundas razones que habrían debido llevar a Woody Allen a titular, anunciar que titulaba su última película: "Vicky Cristina Barcelona".
Ripley, en unos segundos imaginarios, había decidido hacer una película, colgarla en internet, y que se llamara "Ripley Dimitri Cathy Madrid", pero luego se había echado para atrás.

La alcoba vacía, la habitación azul, el trasiego de Dimitri duchándose por las salas Vips de los Aeropuertos de media Europa, invitando a apuestos, hipotecados hasta las cejas, jóvenes hombres de negocios a ducharse con él: hombres de negocios que comían sushi en las pausas, tenían un coche ecológico, y que en su casa hacían que comían chochis, y tenían tres hijos, y un perro, y tomaban a veces rivotril, y rayas de coca, y leían el Financial Times con un gesto de disgusto, en sillones-relax aerodinámicos.

Y Ripley huía, huía de Dimitri, de Germán, y se refugiaba en un hombre de veintinueve guapísimo, que le contaba que, a veces, cuando se aburría, se vestía de mujer, y le besaba: besaba a un desconocido nuevo, que no por nuevo dejaba de ser otro desconocido más en la lista de "los queridos desconocidos más".

"Un día va a ocurrir una desgracia" -pensaba Ripley: "las bandadas de palomas proliferan desacompasadamente, hay una forma entre ruín y chabacana en cómo comen, picotean las migas de pan, los trozos de boquerones, calamares y Dog Chow, que sobresalen por entre las bolsas de basura..." "O que aparecen tirados, diseminados en las calles, "en el país del tire todo a las calles": En un paseo, Ripley, había visto dos puertas nuevas tiradas, flamantes, con cristales mate de esos que le gustaban, varias pantallas de ordenador muertas y apagadas, tiradas como esqueletos de un gato, un aire acondicionado portátil destripado, abandonado como un niño de las favelas. Había visto cajas de cartón, ropa, una paella entera... Había visto un grupo de rumanos ó moldavos, ó búlgaros ó apátridas, una curiosa confederación de estrafalarias personas, con extrañas jerarquías y ropas, vestidas con ráidos pasamontañas y sombreros, que se turnaban cuando cerraban el supermercado, para revolver entre los enormes cubos de basura que sacaban a la calle, como si ésta fuera su pequeño dios portátil y milagroso, y meterla en carritos de la compra.

El cielo era azul, con una nube solitaria en el centro colgando, que no sabría precisar si era un cúmulo-nimbo o un cirro: Sencillamente no estaba para nubes, pero la sequedad de su nariz indicaba que no llovía, y que seguía todo demasiado seco dentro de su corazón: Todo, las calles, las esquinas, el asfalto, seguía sucio, demasiado sucio, con una especie de verano eterno durante el día, que no purificaba hacía tiempo ni una solemne, espaciada gota de agua...

A veces se sentía vacío, solo: Volvía a acercarse la navidad, y temía ir a ese fantasioso médico de cabecera que una vez le mandó una caja de antidepresivos: "Una caja de antidepresivos" -pensaba: "Para un hombre gay jóven ya no tan jóven solo": Cuántos habría así, cuántos hombres, mujeres, jóvenes ya no tan jovenes solos, inmnesamente solos, incluídos los de los blogs: los menos pensados...Y recordaba lo que le contestó al estúpido, chulesco, ignorante médico de cabecera cuando volvió a ir, y que había apuntado "Las navidades le ponen triste", cuando le preguntó que qué tal, que qué tal la caja de antidepresivos, y respondió:

"-Fatal, fatal...sólo tome uno, y bajé una calle ancha y larga, después de comprar el pan por la tarde, cantando al estilo zarzuela, un estribillo tipo "La del manojo de rosas": "-No pretenderá que resulte natural hacer ésto un frío día de Diciembre. Sinceramente pensé que prefería estar un poco triste, si el tiempo lo estaba, si no tenía especiales motivos para estar de otra manera. Y además decidí comprarme una trufa congelada, con el corazón, el interior, de chocolate negro, negro como mi alma apenada...peluquero de diagnóstico de cafetería Manila..."
Otra vez rozaba el amor con un precioso muchacho de veintinueve. Pero otra vez era eso y ya...Nada para recordar, sólo una preciosa tarde de tiempo perdido, con un cuerpo desconocido de cabellos rubios, al que abrazaba como si fuera su amor de siempre, y que le abrazaba también así: Afuera la ciudad anochecía. Las lucecitas vigilantes de los fanáticos de los menús individuales de comida preparada y plastificada, comenzaban a encenderse: Un paseo como un autómata por El Corte Inglés, cientos de paseos como unos autómatas felices, por los laberintos de El Corte Inglés, con música agradable del hilo musical, de personas, hombres, mujeres, de mediana edad, jóvenes ya no tan jóvenes con el antidepresivo haciéndoles efecto, insignificantes ludópatas, adictos a las compras y cleptómanos en potencia de ojos tristes, resguardando como en una preciada fantasía la vista en las iradiadas, maravillosas, azules y diamantinas cajas de perfume de todos los colores y tamaños...pequeños sueños domésticos para una tarde.