BELA BARTOK TRES CERO CUATRO


La fuerza, la parte que más le gustaba, que más le apasionaba, empezaba en el minuto tres cero cuatro (-la Danza número IV, Buciumeana, Andante-), aunque toda la pieza era bellísima. Anoche lo escuchó, lo escuchó otra vez: una de esas solitarias tardes-noches, a la verita de Radio Nacional de España. Se había comprado el disco, el Cd, al día siguiente de ir a ese concierto, y cada vez que lo escuchaba, su vida cambiaba. Lo escuchaba, y volvía a cambiar.


Era algo mágico, "Iluminación y fulgor nocturno", que lo llamaría la McCullers (Illumination and night glance), pero su vida cambiaba cada vez que escuchaba esa música. Estaba ocre porque el otoño era ocre, las hojas se caían, y a media tarde, si abrías la ventana, desde lo alto se escuchaban más gritos de locos que nunca: el abandono en una gran ciudad dejaba un rastro de sonidos inconfundibles, sórdidos, chirriantes, caprichosos, que se mezclaban con los aullidos de los perros abandonados, mientras el frío mecía los árboles, y dentro de las casas, el calor de la lumbre traía recuerdos y ternura.

Con lo umbrío, el corazón bajaba al peldaño del recogimiento, no era nada, sólo cerrar un poco los ojos, dejarse ver menos: algún hombre llenaría ese hueco, sin duda. Otros ya lo habían hecho antes, así que no tenía miedo: el miedo era para los cobardes, y su soledad no podía ser más chula:
"Sólo dejar entrar a la belleza, sólo dejar entrar a la belleza" -se repetía: "Morir mientras suena otra vez esa pieza de música, una y otra vez"...

No envidiaba la vida de sus vecinos, que tenían dos bebés: él había preferido no tener dos bebes y dedicar todo su tiempo a Bártok. No todo su tiempo, porque tenía que trabajar, que vivir, que hacerse la compra: pero podía dedicar a Bártok el tiempo que sus vecinos dedicaban a los bebés. Lo había vuelto a escuchar anoche, y había decidido compartirlo. Compartirlo, quería decir que se había tenido que ver seis videos enteros con esa música (tres malos, dos mediocres, y el que encontró y decidió poner: claro, es que era Georg Solti, no te jode, anda que no tenía gusto el mamón. Gusto y oído. Otra cosa no, pero Georg Solti...)

Aún recuerda el día. Una llamada rápida de teléfono, un "pónte lo que sea, que tengo dos entradas para el Auditorio". A veces, tenía amigos así. No digan, qué encanto (y qué pena que se acabaran peleando por un "Stepper"):

Aún recuerda ese día, ese pequeño palco, el velo vaporoso de la Reina en el entreacto, que fue como una aparición fugaz y sobrenatural, con una sonrisa y todo, y el comandante que le guiñó el ojo... Y recuerda a ese amigo, que le fue capaz de descubrir tanta belleza...Los dos sentados, fingiendo toses sin tener tos, ese olor a perfume concentrado, de los sitios de otoño en los que se escucha música clásica, las suaves chaquetas a cuadros, las caras fláccidas, blancuzcas y luego sonrosadas por el calor de la calefacción, por la solemne ejecución del maestro...

La magia, en especial, del minuto tres cero cuatro de las Romanian Folk Dances de Béla Bártok, el recuerdo de esa tarde en el Auditorio, en el que se colaba de gorra, a veces, invitado por amigos que sentían algo más que deseo hacia él, pero sobre todo esa música, frente a la cual no importaba estar triste ni estar nada. Qué más daba. La pose de tristeza de Ripley , era sólo eso, una pose de otoño.

Además ya no estaba triste, además ya no estaba sólo: Habías vuelto tú, su Cub, y como siempre, te echaba un guiño misterioso...sí, era a tí, que habías estado tan lejos, y que en aquel sitio lejano, también escribiste un texto para él, sin que nadie se diera cuenta. Atentos al minuto tres cero cuatro: poco más que decir que acompaña mucho más que un batallón de hombres desnudos a elegir. Con uno basta, y además, a veces se duerme dentro de la cama....pero es eso lo que suena, y se escucha: Béla Bártok, minuto tres cero cuatro: "Baja al delirio del infierno de tu corazón y deja que te entre la música".