¡AY AMOR, QUE SE FUE POR EL AIRE!



Abriría los ojos, lo sabía: abriría los ojos ante la cinta de la carretera, desafiante, temeraria, con una sonrisa en la cara indómita, bordeando la depresión sin caer en ella, burlándose y un año más volvería a su pueblo.

Olería a hogar, en la casa, lo sabía, olería a matanza, a turrón, a salchichón, a mazapanes, a frutas escarchadas, a aguinaldos y a ecos de los muertos, que por una vez volverían en las caras de sus fotos al mundo de los vivos, reflejados, animados, casi ardiendo como féretros presentes en el borde de las pavesas de las velas. Encendidos, esparcidos, casi inmolados en un insoportable olor a pino e incienso. Proclamados una vez más en la memoria de los que no son nadie.

Olería a hogar, más nunca el suyo, su vida, su relación, reducida a esas vueltas absurdas al origen, indefectiblemente, una vez al año: lo justo para llegar e irse. Nada de llantos contenidos, nada de sentimientos, nada de conmiseración o comprensión por los demás (no para con una familia que no le había aceptado en absoluto). Nada de dramas, nada de recuerdos: No, ya no los tenía: excepto el de que le hicieron la vida imposible cuando les dejó.

Atrás quedó esa niña pelirroja de trenzas, convertida en una lozana cincuentona, que se veía en la obligación de visitar a unas momias y compartir un rato con ellas: Afuera, el sonido de la noche era siempre roto por un grillo. Tal vez el mismo grillo de todos los años porque..¿Cuántos años llegaría a vivir un grillo? : Crí-crí-crí-crí....

Atrás había quedado una historia borrada. La típica historia de una mujer educada para casarse y cuidar de una familia, que ni se casó ni tuvo una al menos en el sentido que todos ellos hubieran querido: Tenía que ir, lo sabía. Tampoco le convenía escaparse. No, escapar ahora no, escapar nunca. No se podía escapar. No se podía escapar de cada origen...Pero tampoco era como para poder sentirse orgulloso, o avergonzado; sólo era una cosa más. Sólo una cosa más.

Se acercó a la mesa. Había llegado. Repartió besos, como siempre: nada especial, todo estudiado, riguroso, tomando las oportunas distancias. Ninguna respuesta a alguna pregunta que pudiera resultar comprometida sobre su vida ¿Qué les importaba acaso, a las momias?

Unos segundos de silencio y se incorporó: el pavo éste año no resultaba tan jugoso como otros. Tampoco importaba...Hoy en día, toda la comida por lo poco sabrosa, arrojaba un sospechoso sabor a congelación previa. Lo pensó: "Congelación previa, congelación previa", dos palabras que le sonaban extrañamente cercanas, familiares, tal vez como el ejercicio de secado de mente que hacía cada año, antes de decidirse a coger el coche y llegar hasta allí.

Este año había sido al menos distinto. Bueno, un poco distinto, pensó: las mismas momias que le abrieron la puerta, le vieron con una mujer al lado. Al principio la miraron con caras raras, como de no dejarla entrar. Con caras raras, como si fuera un ser extraño para todos ellos: Qué curioso, un ser extraño. Un ser extraño: tan extraña como había sido ella siempre para toda su familia. Nada particular, al fín.

"Viene con una mujer. Una amiga, una mujer" -sólo se oyó. Nadie dijo nada, nadie comentó nada, todos le hicieron el vacío una vez más: total, tampoco querían saber...ó... ¿qué importaba? Bueno, si importaba en todo caso ya era demasiado tarde. Al final de la cena, alguien dijo:
"-Bueno, como todos los años, que la niña recite su poema".
Mara se levantó, cogió de la mano a "la mujer", y con voz temblorosa y frágil recitó:
-"¡Ay amor que se fue por el aire!...Florecillas muertas.... "

Después, cuando terminó el poema, besó a todos, se levantó y cerró la puerta, seguida por la mujer con la que había llegado. Se metió en el coche y, como todos los años, las momias la oyeron acelerar a lo lejos, como en un gesto desesperado por volverse a ir de nuevo, como cuando era casi niña, cada vez en un momento que cada año pasaba más rápido y duraba menos, siempre con ganas de escapar, como con ganas de volver a algo y a alguien, que desdeluego nunca eran ellos.