EL ECLIPSE DE RAROMURTI


"Vivo en el Eclipse de la noche, encerrado como un Quijote dentro de un ordenador, entre amores caníbales de hombres en medio de un huracán, a los cuáles devoro como píxeles" -se dijo Carlos, y se pasó la lengua por la boca, sintiendo el placer de áun tener saliva y que brotara: Carlos, un ángel negro según la mala fama que tenía en las fantasías de unos; la buena en las mentes oníricas de otros: maravilloso, caprichoso, super- villano, angelical, perverso, mágico, insustancial, pretencioso, pedante, macizo, repelente, culto, esnob, pacifista, chiripitiflaútico..., con un universo entre las piernas dispuesto a disparar sus fluídos al primero que se le pusiera enfrente.

No buscaba gente que le hiciera pensar, con la que mantener largas conversaciones: buscaba cuerpos con los que apuntalar el vacío existencial de su vida: una especie de desolada y alargada Séptima Sonata de Prokofiev, angustiosa, plagada de momentos-nada que lo saturaban todo: Un Segundo Movimiento que llenara el final de "El Eclipse" de Antonioni, que ponía una y otra vez en su dvd, intentando sumar palabras, imágenes a la desolación de los espacios, los tiempos, las ciudades muertas...

Carlos estuvo enamorado de Raromurti (-nombre ficticio, de una mensajería instantánea virtual-, llena de cuerpos colgados y sueltos en la red como cadáveres, cada uno enterradito en su ataúd, con opciones auto-elegibles de coronas de flores): Estuvo enamorado y no se dió cuenta, ó se dió cuenta demasiado tarde, ó creyó, que aquel ser de apariencia angelical (-sólo de apariencia-), era su última tabla de salvación para rebasar el vacío de los 47 años, la falta de ilusión que da el tedio.

Estuvo enamorado, como todo maricón que se precie, sólo cuando se dió cuenta de que lo había perdido para siempre: porque todo maricón que se precie, también debía hacerle un "Lunas de Hiel" a su pareja, un Gólgota necesario lleno de Queer Ambition y Drama-Queen-Stories-Dana-Diva-International....

Miraba, seguía mirando caras, cuerpos inertes suspendidos en la red en fotografías, y su sabiduría era auto-destructiva, porque sólo servía para constatar que aquéllo no consistía más que en una certera radiografía de la muerte: parques vacíos sin niños que jugaran, asidos a la Play-Station por toda relación humana,
gente enamorándose por el ordenador de otras vidas, y completándolas con su imaginación, dado lo inasible del romanticismo cibernético.

Pero Raromurti era distinto: pesado e insistente como ninguno y a la vez temerario y loco, sólo por darle placer a Carlos, se había metido en un Cementerio, al Osario, sabiendo que penetrarle con un hueso de muerto como si fuera un dildo era su fantasía más secreta: y eso hacía el pobre Raromurti con Carlos cada miércoles entre semana sin rechistar: sufriendo los caprichos, los bofetones, los escupitajos y el desprecio de Carlos: todo sin rechistar:
Dos Gays de libro.

"Esclava tonta que te hace sentir guapo" -pensó Carlos: "Que infla tu Ego, hasta que, decides ahogarlo de tal forma con el collar, hasta que aprietas tanto, que tu propio perro se enfrenta a tí, y escapa y te ladra no reconociéndote, haciéndote sentir un extraño de ti mismo, en un universo de hombres de nitrógeno que se chupan en el aire, que una página de mensajería Gay Juntacadáveres, hace ficticiamente imaginar que están muy cerca unos de otros; sin disparar la tragedia de que están tan juntos que se ignoran, porque todos buscan siempre otra cosa que nunca llega, porque creen merecer algo distinto, porque se han hecho el amor unos a otros, y luego no se saludan ni se expresan la más mínima muestra de que se han conocido.

Carlos cerró la tapa de su portátil: Dentro, descansaba el final de la película de Antonioni, y una foto de aquélla persona que un día amó: A veces se quedaba horas mirándola, hablaba solo y le decía a la imagen:
"-Te quiero feo..." (-el final con Raromurti no había sido ese: el final había sido tal vez más inenarrable: ruidos, gritos, el cristal de una puerta roto: Raromurti tenía novio, y los dos habían querido meterle a la vez la polla en la boca a Carlos...-)

Afuera, la ciudad inmensa y vacía, destilaba humo y una Primavera pasada de rosca que entraba: los supermercados encerraban a gente que hacía la compra llena de ansiedad. Sólo el sueño lograba evadir a Carlos del asfalto, del asfalto de desamor que llenaba su mente: Cerró la tapa de su portátil (-dentro del cual un hombre gordo de Puerto Rico llevaba tres meses escribiéndole incesantemente: "Qué guapo eres, te quiero mucho"-), escuchó zurear a las palomas enfermas; bichos obesos-mórbidos, víctimas del desaforado y anónimo post-capitalismo salvaje de las ciudades... Y la ingesta de un somnífero maravilloso, pequeño, redondo, estúpido, detuvo amablemente su existencia hasta el día siguiente...