YA SÉ QUE ESTOY PIANTAO

LOS SUEÑOS DE DIMITRI (THE DREAMS OF DMITRI). Un corto para el verano de Ripley y Germán.
Se escondía del calor, en un rincón, en una terraza, y un extraño efecto invernadero invadía su corazón y su alma: la tristeza de cierto desamor, cierto desapego al romanticismo de sus veinte años que habían quedado ya algo atrás: tal vez por las pequeñas o grandes catástrofes, que otros hombres habían causado en su vida, o él en la de ellos.

"Ya sé que estoy piantao", se decía, bailando un Tango soñado, casi desnudo bajo la mangera chorreando agua de algún barrendero de Madrid, con cuerpo y hechuras moldavas, y cantaba a un amor imaginario:
"Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao.. ¿No ves que va la luna rodando por Callao, que un coro de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor? ¡Bailá, vení! ¡Volá! Yo sé que estoy piantao, piantao, piantao... Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión, y a vos te ví tan triste...¡Vení, volá! ¡Sentí!"

Extraña forma de vida, que diría Amalia: acabar combatiendo pequeñas depresiones de casi cuarenta, y con calor, y terminar pírricamente venciéndolas, con recursos de último romántico alicaído: cantarse canciones tristes, recitarse poemas, ó bailar solo en la oscuridad, con una lejana música que le hiciera sentir algo: todo aquéllo que los hombres de los veinte minutos no le hacían sentir... Ni modo de ponerles tangos, siempre llegaban y se iban con prisa: "Prisa para el amor/ coito anodino muy Polanco lleno de dolor..."

Y se apoyaba más en grandes mujeres como Mitos a seguir que en grandes hombres: En Milva, en Iva Zanicchi, en la Loren, que era Virgo como él; mucho más que en Maurice Chevalier que también era Virgo, pero al que nunca dejó de ver como un chansonnier algo afectado, avejentado prematuramente, efectista y cursie, que cantaba el amor a jovencitas, ya fuera, muy fuera de plazo, con un bastón y un sombrero ridículos...
Es posible que las grandes cantantes, llegaran más al corazón, a las entrañas del ser humano que los grandes cantantes: las mujeres se revolvían con los sentimientos, los escupían, los sacaban de la tripa. Sin embargo los hombres, desacostumbrados por la civilizacion a sacarse y buscarse dentro sentimientos, a manejar y expresar su parte femenina, parecían peleles amanerados, reprimidos en clichés incomunicativos... Encerrados bajo las barras de hierro de su virilidad, concepto aún por redefinir (sobre todo más aún en cuantito muchos gays habían decidido declararse últimamente viriles, y no se permitían un Milvismo Tanguero nunca, cosa, que a éstas alturas, conducía en ellos a verdaderos colapsos contra-terapeúticos de identidad).

Bebió un sorbo de su refresco isotónico, y pensó en la cantidad de alimentos transgénicos que estaban inundando los supermercados y su propia vida (¿Qué habría en todas esas ensaladas rápidas, listas para el consumo que nos metíamos por el calor, sin ganas de comer más?), y continuó recitando:
"¡Loco, loco, loco...! Cuando anochezca en tu porteña soledad,/por la ribera de tu sábana vendré/con un poema y un trombón a desvelarte el corazón"...

El hombre de los ojos verdes le miraba sin dar crédito: Notaba que se estaba enamorando de él (otra psico-patita más que sobrellevar en la incipiente madurez autonegada). Y claro...¿Cómo no iban a enamorarse, si seducía a los veinteañeros, y les cantaba tangos y cosas? Con más de treinta o treinta y cinco, esos cantos de sirena no causaban efecto, eran inmunes a todo lo que no fuera Madonna... Pero cantar, recitar un tango a un veinteañero, era casi más peligroso que cantarles el "Sin tí no soy nada" de Eva Amaral Zgza ó una letra de las Van Gogh o las Van Dyc (el güisky)...

Bueno, vale, el calor nos predisponía a las ceremonias de seducción (pero no sin vitaminas, que con los cambios térmicos ozónicos, se llegaba mal al Tango, que requería una energía misteriosa). Y fijándose en Nati Mistral (que también había hecho una interpretación fastuosa), en la Zanicchi, en Milva, en Roberto Goyeneche, en Amelita Baltar...miró al muchacho de los ojos verdes, y se lo recitó todo, todo..., lo cual, obviamente, acabó en breve orgasmo, como no podía ser de otra manera:
En un orgasmo tranquilo, histérico-artístico, con más sudor del habitual...

"Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese "qué sé yo", ¿Viste? Salís de tu casa, por Arenales; lo de siempre, en la calle y en vos... Cuando de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo... Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís...! Pero sólo vos me ves, porque los maniquíes me guiñan, los semáforos me dan tres luces celestes y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares...
... Que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita y te digo..."