UN AMOR DE VERANO (I)

El viajero hunde la cabeza en la arena y descansa la vértebra de blogar, dando giros, vueltas sobre si mismo, y comprueba que un cuerpo, es una miniatura de porcelana que no se parece a ninguna máquina, ni lo es: sólo a los monos, a las mariposas, a las lagartijas, a los pájaros, al sol, al cielo, al mar y al agua salada en la que se zambulle hacia lo hondo, flotando milagrosamente, solo, inmenso, un puntito inmenso que no piensa, que se deja llevar por la corriente, que respira hondo, nada, relaja su espalda, da vueltas de campana debajo del agua, bucea, olvida cualquier problema, y se tiende a secar al sol como los lagartos, sin más preocupación que ver cómo caen los atardeceres, y cómo el sol dora su piel y sus músculos, antes encerrados en un cajón.