INSTRUCCIONES PARA AMAR A MI PEQUEÑO DIOS.


Huye de blogar como de la mierda, "es verdad" (-se dice): "No sabe si es que no tiene nada que contar, no quiere contarlo, o tiene mucho que contar, pero se plantea que para qué contarlo...". "Bueno, una cosa así...Es mejor que no se entienda, una cosa así..."

El caso es que recibe un pequeño regalo envuelto de navidad: es un pequeño dios de veintisiete años con el que hace el amor ( y eso es lo de menos, sería lo de menos, porque se supone que hay gente de los blogs que hace el amor entre entrada y entrada, aunque...bueno, algunos cree que no, claramente que no...)...

Es un pequeño dios que le despierta a la vida...Probablemente piensa, al empezar, que es una aventura amorosa más de esas, pero claro..., es una aventura amorosa más de esas y no lo es...¿Cómo podría contarla? ¿Cómo describir que no hay sonido, sólo vibración, como él le dice: hay vibración, resulta extraño hablar así, probablemente le crean loco,
pero el caso es que hay una vibración tremenda...

Está la parte de hacer el amor, que es claramente magnífica: sus ojos son acero puro, y a veces son agua, tienen toda la fuerza de la lascivia y expresan lo máximo que pueden expresar unos ojos, entiende porqué, pero no quiere explicarlo del todo...No quiere explicar a su pequeño dios: que es un pequeño, adorable, maravilloso pequeño dios con algo que lo hace más grande todavía, porque nunca, probablemente nunca, había hecho el amor así. Nunca se había comunicado así...

Encima de la mesa, quedan diez ó doce páginas de hojas cuadriculadas, emborronadas por las dos caras, que ha guardado en el cajón como su posesión más preciada: ni siquiera él es, fue consciente de que ni en sueños, ni en los más remotos sueños, alguien habría sido capaz de seducirle así de forma tan fabulosa: escribiendo.

Las diez hojas están dobladas y son su tesoro ahora. El otro no entiende porqué no le deja escribir por cada carilla (para aprovechar las hojas), pero a él le parece un hecho tan mágico y maravilloso, hacer parte del amor así, escribiendo sobre una mesa de salón, comunicándose así, que tal vez sobre explicarlo con palabras, y menos pormenorizar lo que se cuentan, aunque hay un algo de surrealista y hermoso en todo.

La mitad de lo que escribía eran chistes bastante divertidos sobre ciegos (ciegos que estaban ciegos de champán, por ejemplo). De pronto, comenzaron a reirse sin parar...Lo más maravilloso de todo fue, que junto a las espontáneas, tiernas, tal vez algo infantiles letras, añadía dibujos
(ese círculo, sí, ese círculo que parecía un cuadro de Miró, era nada menos que un dibujo de su estómago echándose pedos, mientras tomaba coca-cola light)...

En las diez hojas se lo contaron todo. En las diez hojas escritas por las dos caras, mientras bebían vino verdejo y coca-cola, habían comenzado a hacer el amor: no había otra forma posible, porque el orgulloso, bellísimo y pícaro pequeño dios, sólo tenía el don de expresar sus sentimientos con el brillo de sus ojos: jamás había hablado alguien tanto con la mirada. Tal vez el otro se dio cuenta de que tampoco lo hacía mal del todo, en caso de extrema necesidad: y tanta belleza lo era, tanta frescura: pasarlo bien de forma tan silenciosa.

Luego en la cama, en la calma de un sábado en casa, sólo él oyendo los ladridos de perros lejanos que siempre salían en sus entradas... No les hizo falta más que estar tumbados, reconocerse una piel, una boca, que les dejaron marcados para siempre, aunque esa boca no pudiera, no supiera articular una sola palabra. No importaba: le había comprendido mucho mejor que esas citas amorosas que hablaban por los codos, soltaban quince tonterías, no escuchaban, y en el fondo no decían nada.

Su pequeño gran dios tenía los ojos melancólicos y brillantes. Se alejaron el uno del otro, por miedo a enamorarse. Por miedo, tal vez porque tenían que irse y ya. Pero guarda sus diez hojas como el mejor regalo que haya recibido jamás en unas últimas navidades... Hoy seré tu boca, hoy seré tu oido, mi pequeño dios.