FAR FROM LANA


Estaba claro que él debería estar en Barcelona, bueno, en la playa cerca de Barcelona, y luego irse las tardes y las noches a escuchar a Lana del Rey y a Madonna: era una humillación no hacerlo ¿Qué tipo de ser social, satisfecho y realizado, podría estar complacido de no hacer eso? ¡Ohh, Barcelona, inundada de divas pop que no sabían ni decir que bona nit, extraño mundo! ¡Perderse el concierto de Madonna, por dios, sin al menos poder rozar su bendito clítoris con un tele-objetivo, esquivando a sus quinientos doce guardaespaldas!: ¿Estaba seguro de no hacerlo aún?

Había imaginado en sueños el concierto de Lana de otra forma: Ella sobre las colinas de Montjuïc, como una diosa grecorromana íntima, cercana, cayendo la tarde sobre sus hombros y su talle: El sol apagándose tenuemente, las colinas diseminadas en sus faldas y picos por gafapastas, pseudointelectuales, chicos sensibles con melenas descuidadas, amantes de Rodin, sentados al ocaso del sol disfrutando de su musa.

Nada de eso había sido así: Lana del Rey aparecía ya como una cantante de masas, con Barcelona retransmitida por Youtube, casi se podría tocar mejor virtualmente que viéndola: sobre todo cuando ya casi nadie distinguía lo virtual de lo real, y qué más daba. Cantaba bien, muy bien, mucho mejor que muchas maricas malas en la ducha. Luego llegaría Madonna: Pero ir ¿Para qué, si estaba cerca la playa?...En cualquier ciudad de playa él estaría en la playa, aunque fuera de noche...Contemplando el sol y la luna, sabiendo que ésos eran los más grandiosos y en realidad los únicos astros. Y sabiendo también que después quedaría Youtube, para todo lo demás.

Él, amante pasajero de meseta, se disponía a sobrellevar la angustia, el duro trago de la deuda externa, el euro de trankimazin en el que íbamos a entrar en espiral después de la debacle griega, y huir a alguna playa en la que ni por asomo hubiera divas pop ni carrozas del "Orgullo": Tumbado en la arena descansando de tantas guerras: Con un meyba, si eso, sólo en el mar, si éste año llegaba por fín el mar: Y vestido de pies a cabeza con la solanera en Madrid, nada de ir en braga naútica y con chanclas: Confundir las ciudades de oficinas y secano con la playa, e ir en chanclas por la Castellana, formaba parte del confuso estado mental y existencial que también nos había llevado a la crisis.

Este año tampoco sería definitivamente uno de esos miles de espectadores de divas pop, ni caería en éxtasis ó comunión viendo a ninguna, sumido en sus silencios creativos inexplicables, porque lo más esencial era inexplicable y ajeno, el mar era inexplicable, la luna lejos del asfalto era inexplicable...Un año más sin ver a Kirie ni a Lana ni a Madonna. Un año más sin que Madonna salvara nuestra prima de riesgo, -con lo que podría ella salvarla-, ni con una miserable actualización en facebook desde el mismo concierto, vía Androide, que nos diera caché: qué vergüenza, madre.

Un año más deseando llegar al mar cuanto antes, deseando ver al mayor astro y sumergirse en sus aguas, radiactivas, mermadas, milagrosas, como si ya las estuviera viendo desde la ventana, al lobo marino y a la sirena, a los paseos y atardeceres, ni siquiera acudiendo al consuelo de un concierto de Alaska en Coslada ó Fuenlabrada: La única diva de secano que nos quedaba en la Meseta, que daba vida y crecimiento sostenible a ambas poblaciones ¿Pero cómo se llegaría a Coslada y Fuenlabrada y porqué sólo sabría ir a Sabadell desde Madrid?

Coslada y Fuenlabrada: Nombres de añosas y míticas revistas de Celia Gámez: De remotas burbujas inmobiliarias donde cantaba y actuaba Alaska: Alaska, consuelo mesetario casada con lésbica: Alaska, Nebraska..., nombres americanos de grandes edificios de apartamentos junto al mar, para bucear, nadar, sumergirse y enjugarse el salitre, huyendo una vez más del hundimiento de la vieja Europa. Sabiendo que a la vuelta si aún Europa no se se había hundido, se acabaría hundiendo igualmente en el propio eco de lo que fue ó quiso ser una vez, reverberando en ésas grisáceas oficinas alemanas, umbrías, austeras, con olor a tenderete de salchichas a un euro, desde las que una mujer gorda y desagradable lo intentaría dictar todo hasta dejarla completamente tumbada.