BUENAS NOCHES, SEÑORA VARGAS.


Fue hace un tiempo, tal vez la friolera de trece, catorce años atrás: Madrid era todavía una ciudad luminosa, vital, alegre. Tal vez lo éramos todos nosotros. Salíamos de un acto literario junto a una persona cercana al director de la Residencia de Estudiantes:
Se había corrido la voz de que teníamos cuanto antes que llegar allí, y así lo hicimos, casi a la carrera cinco personas metidas en un taxi: No sabíamos muy bien qué nos esperaba, pero sí algo extraordinario, misterioso, secreto.

Cuando llegamos entramos a toda velocidad hacia la sala de actos. El hoy tristemente desaparecido poeta argentino Luis de Paola y otras personas, prácticamente tropezamos con ella, que salía ceremoniosamente de su habitación, para dirigirse al pequeño escenario: Luis disimuló muy bien lo que podría haber sido un pequeño tropiezo, le cogió la mano y se la besó, a lo que ella accedió encantada como si le hubiera conocido desde siempre: Después, Chavela Vargas, esbozó una sonrisa de oreja a oreja a Ripley. Pequeña, menuda, quiere el recuerdo recordar que iba envuelta en un poncho gris y negro, pero en todo ese conjunto sobresalía y llamaba la atención la fuerza casi transtornada de sus ojos.

Ocurría pocas veces que la vida soñada se presentara ante nuestra vista como la real: Asistíamos a un concierto casi semi-clandestino, no anunciado, íntimo, entre altos cargos socialistas (tal vez Aznar acababa de ganar las elecciones) en la Residencia: Un concierto que contemplábamos como único, casi íntimo, pues no había allí más allá de ciento cincuenta personas.

La gran dama de la canción de España y de México: Una de ésas damas únicas que había experimentado muchas veces largos paseos al borde de la vida y la muerte, que había casi desaparecido y resucitado otras tantas, cantaba con una fuerza inusitada, desgarrada, llena de vida, para nosotros. Puede que sólo fueran siete, ocho temas, con dos guitarristas por todo acompañamiento: Vida, muerte, dolor, gozo, sufrimiento, placer, quedaban perfectamente entrelazados. Cuando acabó el concierto, prácticamente lo guardamos como un secreto. Un secreto que nos unió, y un momento único que pudimos vivir: La vida soñada coincidía una vez con la real.

Esa vida soñada y vivida, que hoy es un recuerdo de esa mujer que lograste oir, saludar y ver, casi tocar a pocos metros: porque los grandes héroes y las leyendas son siempre asequibles, cercanos, humanos: Una mujer que se debatió muchas veces entre la vida y la muerte, que conoció ambas, que fue y es aún más hoy una leyenda, cantando, recitando, transmitiendo casi ahora para ti su "Macorina" mientras se tocaba los brazos, exhalaba, sufría, gozaba, cantaba...Todo aquéllo fue real. Por una vez la vida soñada fue real. Pudiste oirle cantar, susurrar, gritar, inspirada, desgarrada, en vena, prodigiosa y extraña con su voz madura.
Buenas noches, Señora Vargas.