ULTIMA THULE CONTRA LOS MALTRATADORES DE PALABRAS

La máquina Tele-Transportadora, hacía viajes por cien euros, y les llevaba durante veinte minutos al pasado: Al setenta y cinco, al ochenta, A la "Gauche Divine" y a "la Movida", "Al Lugar Sin Crisis"... 

Y habíamos transitado de lugares cultivados sin crisis a un desfile extraordinario y caótico de segundones/as cagando y estrujando palabras. Había gente que no sabía sentir vergüenza ajena, que no la tenía, gente que se perdía en sí misma, completamente instrascendente. La escritura había perdido cultura, altura, y era muchas veces prejuiciosa, cada vez menos elaborada y más troglodita, cargante, aldeana y baja. 


Ningún perdón para los maltratadores de las palabras. Había que reservar el viaje de la máquina tele-transportadora con antelación: Un viaje que no emprendería nunca esa ex-bloguera desequilibrada, mitómana, cotilla y ramplona que hiperventilaba a capricho cerrando con ochenta exclamaciones apiladas al final de cada frase: ¡Cerrar las exclamaciones o las interrogaciones y poner tropecientas apiladas como borricas al final tipo!: "!!!!!!!???????": ¡No! ¡Una en castellano para abrir y otra para cerrar eran suficientes! En español, la sintaxis y la gramática obligaban a escribir las dos. Las exclamaciones y las interrogaciones se abrían y se cerraban: no es que hubiera que cumplirlo o no porque a la gente le diera la gana, era obligatorio hacerlo así en la expresión escrita.

Qué falta de respeto al silencio, a la reflexión, a la buena letra sin borrones. Cualquier lector avezado abandonaría por las buenas textos que no respetaran unas mínimas reglas: Ningún perdón hacia los maltratadores de las palabras: Maltratos semánticos, mecanográficos, ortográficos que herían los ojos y a la escritura ¿Como podría alguien que hería la escritura, que la ahogaba y parcheaba, que la presentaba con ortografía descuidada y fea, que la degeneraba, que la desbarataba, pretender defenderla? Ningún perdón ni la más mínima lectura a los maltratadores de las palabras ni a los perpetradores de insensateces u ocurrencias. La estupidez  escrita había marcado un récord nunca logrado por la humanidad debido a las redes. Había una escritura de desahogo, de bajo perfil, de necedades que lo inundaba todo. Nunca la palabra había caído más bajo.

La ficción, la capacidad de abstracción, la imaginación, la asociación de conceptos, estaban cediendo hacia textos cada vez más ramplones, lineales, cortos y miserables. Evitar leer textos de quinto pelo ni siquiera gratis era más que una defensa posible. Y para eso quedaban novelas, estanterías sin libros de relleno y escritores de vocación, atemporales, por fortuna, y no es que hubiera tanta gente que escribiera y madurara lo que escribía de verdad, porque tampoco había habido tanta nunca ni había sobrado. Por si fuera poco,  en los mundos de publicaciones aparentemente serias, había aparecido un fenómeno extraño: las publicaciones depredadoras que más o menos se nutrían de la misma atmósfera enrarecida y propiciadora de esas pifias.

Cursilerías, insulseces, repletas de lugares comunes, todo sobraba: gentes que se relacionaban con simples peloteos, con seguidores virtuales que ni conocían y que se seguían en un juego completamente inútil y enfermizo para el crecimiento personal, gentes que iban diciéndose unas a otras lo que creían que desearían oír: no había siquiera comunicación sincera entre personas, datos enriquecedores o aprendizaje alguno: no era ni  útil... 

La estupidez, la insulsez, la escasez de conocimiento no superficial, la completa ausencia de criterios asentados y sensatos, algo desgraciadamente común y extendido por las redes como una lacra: un retroceso cada vez más claro en el progreso de la humanidad. Esas identidades tapadas, confusas, no se sabía muy bien de quién en blogs, twitters, instagrams. Ese bloguero desaparecido de su wi-fi, del que no se supo jamás ni quién era... ¿Sobre qué escribiría concretamente?: Nunca lo llegaron a saber: ¿Cambios de estación? ¿Hoy tenía más frío que calor? ¿Viajes del Imserso, fotografía, numismática, miscelánea?: Nunca nadie lo supo del todo

No se podía tener el menor respeto para los maltratadores/as de palabras: No cuidar la ortografía o los signos de puntuación era descuidar la lengua española: degradarla, así que hoy tampoco leeríamos a gente que hiciera esas guarradas con las palabras: Hoy íbamos a ver el Universo: habíamos descubierto algo que siempre había estado allí: Ni un minuto más perdido en gente que maltratara a las palabras, ni un  segundo más detenido en textos que las descuidaran. Hoy miraríamos a Universos que merecieran la pena.

Y, en efecto, allí estaba Ultima Thule más erquida y enhiesta que Manderley, engullendo a todo el que demostrara curiosidad, con su forma de muñequito de nieve:

Ultima Thule, el agujero negro, la masa magmática inerte y misteriosa, reflejada en un espejo cóncavo y convexo o en cd-rom, se había ido tragando a los ociosos virtuales poco a poco, y los regurgitaba y expulsaba convertidos en ondas y materias electromagnéticas imperceptibles e insípidas. El Estado sólo contabilizaba suicidios puntuales, algo más elevados que las muertes por ahogamiento ó sobredosis de tranquilizantes, en los ejecutivos de Goldman Sachs y aquéllos que habían dado su vida por Lehman Brothers. En la morgue, el embalsamador y su ayudante con gesto puntual y cansino, antes de arreglar al bonito cuerpo, se decían:
"-Es un Goldman Sachs".

Ultima Thule no era como Goldman, no era como Sachs, puestos a comparar a lo más que se asemejaba era al desaparecido Sacha's: Un after de travestis evanescente... Ultima Thule tenía forma de dos pistas de baile ensambladas de bar de travestis. Tenía forma de dos empanadas chilenas de carne.

Ultima ya estaba aquí. Inopinadamente, el Observatorio de la Violencia Contra La Mujer de Arganda, aún con subvención y sin recortes, había demostrado el alto porcentaje en los últimos meses de suicidios en investigadoras separadas europeas, supervivientes al maltrato psicológico de la física integral y las fórmulas matemáticas, que acababan con su vida sin explicación.

En el CSIC, adormecidos por el cloroformo que las señoras de la limpieza echaban en las probetas, no habían caído en la cuenta. Pero un científico sueco acababa de alertar al mundo: Su voz caía, pequeña, pequeña y chueca, en el fondo del periódico, en una simple línea, pues hoy el mundo se conmovía por el psicópata yihadista, después de conmoverse y olvidar a Breivik y sus noventa y dos asesinatos en Oslo y su isla: Ambos monstruos seguían afirmando que lo que habían hecho "era completamente necesario para salvar a la humanidad".

Nadie nos salvaba realmente, los blogueros habían desaparecido ya, pasó su época y volvió la de los escritores-escritores: Los escritores continuaban escribiendo, solo por gusto, tal vez con la esperanza de un click más en la publicidad, cerrando comentarios: porque porqué conocer a nadie más virtualmente, si el tiempo no daba y ya había gente real que cultivar interesantísima. Para qué perder el tiempo comentando a gente incapaz de guiarse en su tiempo, si lo único importante y novedoso que había salido en los periódicos era la lejana e intrigante Ultima Thule.


Y mientras Madrid amanecía envuelta en humo, en olor a hollín y a gris, apagado levemente por una suave llovizna de vez en cuando, Toulouse se estremecía y Tokyo no contestaba afanada por pasar su "día mágico sin radiactividad". Y entonces el Meteorito de Febrero, Nowhere, se ponía directamente en órbita para enfilar y abrazar para siempre a su amado: El Triángulo de las Bermudas. Luego se anunciaba la llegada a Ultima Thule: El Universo nos esperaba ahí, estaba ahí, con más fuerza que nunca fuera de internet y las redes: parece que quedaba algo fuera con cierta fuerza singular.

Y allí llegaba y no llegaba, salvándonos del humo, de la superpoblación, de la confusión, del estupor, del golpe de estado chino mundial: No era finalmente el Apocalipsis, sino Ultima Thule, causa o consecuencia remota de algo, quién sabe de qué: la propia voz de Caruso, tal vez reverberara desde un cráter, un accidente del terreno, quién lo sabría: Ultima Thule y la cara oculta de la luna, lejanas, inasibles, libres de toda explicación por suerte en redes, mientras los pobres mortales apenas habrían atravesado ya una nueva Navidad, y solo pensaban en adelgazar para volver a caber en sus faldas y pantalones. La cotidianidad frente al Universo, lo ordinario, lo común frente a lo infinito y aún inexplicable: la Luz del Espacio Sideral, recia, eterna, imbatible, invulnerable: miles, millones de años de galaxias ahí fuera, y cada vez más pequeñas, tediosas, insignificantes vidas ensimismadas aquí en la tierra.

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